Historia de un matrimonio

Historia de un matrimonio

Historia de una matrimonio empieza con las palabras que sus personajes nunca se dijeron, con dos textos llenos de un amor ahora manchado por el tiempo, los rencores y el vacío de una relación que agoniza. Un insufle de romanticismo en los primeros minutos de la película de Noah Baumbach que se acaba de un golpe, sin piedad, cuando nos damos cuenta de que los dos protagonistas solo hablan para sus adentros, que son memorias que no quieren recordar en voz alta para no resquebrajar los muros impenetrables que ya han construido entre ellos y que les encamina hacia el divorcio.

Están en una sesión de terapia de pareja, donde la separación ya es tanto física (cada uno en una punta del sofá) como emocional, y donde queda claro, sin muchas más explicaciones, que la historia que veremos en adelante (llena de monólogos desgarradores, silencios incómodos y explosiones de rabia) trata de la incapacidad de comunicación cuando la armonía se ha roto. Cuando el amor se acaba y solo quedan los reproches.

Baumbach lleva 25 años buscando el significado de ser adulto en la gran pantalla. Pasó de hablar de la desorientación al salir de la universidad (Kicking and screaming) al periodo de descubrimiento cuando se es veinteañera e idealista (Mistress America, Frances Ha), y de ahí a tratar de encontrar el equilibrio entre un pasado no tan lejano de juventud prometedora y un presente estabilidad emocional y profesional (Mientras seamos jóvenes).

Personajes, como Ben Stiller en Greenberg o Nicole Kidman en Margot y la boda, que todavía no han encontrado su lugar como adultos en el mundo. Pero el paralelo perfecto con su nuevo filme se encuentra en Una historia de Brooklyn, que reflejó el divorcio de sus padres, contada a través de los ojos de un niño, y que ahora se traslada a los ojos de los verdaderos protagonistas, con una madurez asombrosa.

Ahora es otro divorcio, al que ponen alma las fantásticas interpretaciones de Adam Driver y Scarlett Johansson, el que inspira una historia de relaciones en decadencia: el suyo propio. Heredera espiritual de Kramer contra Kramer (1979), Historia de un matrimonio confirma la buena cosecha cinéfila de Netflix.

Basada en hechos reales (y realistas)

La realidad y la ficción siempre están más cerca de lo que nos pensamos. En esta película parece claro que Baumbach ha cogido cierta inspiración de su vida privada: el cineasta estuvo casado con la actriz Jennifer Jason Leigh durante cinco años, pero en 2013 decidieron romper su matrimonio.

Hay diversas similitudes entre ambas historias: ella es actriz con una familia ligada a la industria, hay un hijo de por medio (aunque en realidad era apenas un recién nacido, a diferencia de en el filme) y también, como aspecto quizás más polémico, una posible infidelidad nunca reconocida públicamente, pero sí explícita en la ficción. Charlie (Driver) es visto engañando a Nicole (Johansson) con una de sus compañeras de la compañía de teatro, mientras Baumbach tardó un año en comenzar una relación con una actriz con la que venía trabajando en sus películas desde 2009 y que es su actual pareja: Greta Gerwig, directora de Mujercitas. Aun así, han insistido ambos, no hubo infidelidad durante el matrimonio, sino que la relación surgió después.

Pero más allá de estos detalles que conectan los hechos reales con la realidad de la ficción, los sentimientos que ambos sintieron en aquella ruptura son el caldo de cultivo para las grandezas de esta película. Y es que va a costarles a muchos espectadores y espectadoras no reconocerse en cada discusión lastrada por el orgullo, cada palabra hiriente de la que inmediatamente se arrepienten, cada mirada al teléfono esperando a que suene, la devastadora sensación de soledad cuando una vida de convivencia se convierte en una vida independiente, haya o no hijos de por medio... Lo que convierte a Historia de un matrimonio en la película más desgarradora del año es precisamente eso: la inconfundible universalidad de su historia. El corazón roto es una enfermedad común.

La evolución de Kramer contra Kramer

Las comparaciones son odiosas, pero las que se han venido haciendo entre Historia de un matrimonio y Kramer contra Kramer están justificadas: un matrimonio que hace aguas, un niño pequeño en mitad de la ruptura, una mujer decidida a tomar las riendas de su vida y un hombre que debe entender por qué ha ocurrido todo. Parecería que la película de Noah Baumbach es casi un remake de la de Robert Benton, pero en realidad es una evolución.

La periodista Jourdain Searles de The New York Times argumenta que Charlie “nunca se disculpa por su mal comportamiento”, mientras la historia nos pone más de su parte que de la de Nicole, una de tantas mujeres con un sesgo de demonización por querer abandonar un matrimonio. Así lo expresa Searles, que apunta a una tendencia (entre las que identifica Llueve sobre mi corazón de Francis Ford Coppola o Manhattan de Woody Allen) en la que los directores “tienen problemas para humanizar” a las esposas.

“Es desalentador ver estos tópicos una y otra vez sin que los cineastas reflexionen sobre el trato que dan a sus cónyuges, y eso es parte de lo que hace que ‘Kramer contra Kramer’ perdure tantos años después: imagina a un personaje masculino que aprende a crecer y reconoce el papel que jugó en la disolución de su matrimonio”, escribe.

Sobre la tendencia de tradición cristiana a culpabilizar a las madres y esposas de los problemas conyugales, hay ejemplos suficientes para demostrarla (al menos, en el pasado). Sobre el aprendizaje de Charlie en Historia de un matrimonio, el crítico Owen Gleiberman respondía en Variety: “Diría que está implícito en la película que la revolución de los roles masculinos representados por la película de los 70 es una de la que Charlie ha emergido: es un padre comprometido y afectuoso, sabe cómo cuidar a su hijo y ser más que el sostén de la familia, un viaje que Ted Kramer sí tuvo que hacer en su película”.

Las visiones de ambos periodistas son igualmente válidas, pero lo que está claro es que en la comparación entre las dos películas citadas hay un espacio de tiempo de casi 40 años y una perspectiva narrativa diferente: Baumbach no está aquí para juzgar a sus protagonistas, para tomar partido o ponerse del lado de uno o de otro. Tampoco es autoindulgente con su personaje masculino, suerte de álter ego de él mismo. No hay unas lecciones morales y de género evidentes como en el filme de Benton, sino un relato contado desde las entrañas, con una apuesta visual lúcida y la certeza de que, en asuntos del corazón, no hay blancos y negros, ni buenos y malos, ni historias de aprendizaje perfectas.